Hace
pocos días, en Santiago de Chile, el evento de la nueva entelequia
latinoamericana denominada Celac indujo
un tsunami existencial de enormes proporciones. No se trata de que el clon
tardío de Judas Iscariote resultase elegido presidente de la recién instalada
"corporación de corporaciones" ni aun que los "gobernantes
bananeros" exhibieran lágrimas ante el otro presidente, el enfermo
clandestino que reside en La Habana.
La trágica y cruda realidad que semeja a un tsunami es la
"legitimación" que los líderes de la Unión Europea ofrecieron al
grupo de gobiernos, actuales propietarios del "supermercado" de
nuestra región, a cambio de contratos y convenios jugosos y duraderos.
Poco les importó que el conjunto de países entre el Yucatán mexicano y la
Patagonia argentina se distinga por la agudización del legendario desastre
socioeconómico que está constituido por más de 600 millones de empobrecidos
pobladores de estas ricas tierras. Tampoco por constituir "la zona más
asesina del planeta" (Naím, 2013) en virtud de que se cometieron 42% de
todos los asesinatos mundiales en el año 2011. Debe recordarse que sólo somos
el 8% de toda la población mundial.
Nuestro enlutado país lidera con creces y proporcionalidad el horrendo primer
lugar. 21.900 homicidios en 2012; 43.000 entre el 11 y el 12; 190.000 en un
poco más de una década. Ante la masacre de Uribana, el certero diagnóstico de
la ONU acerca de la culpabilidad del actual formato anticonstitucional que
ostenta el poder en Venezuela ha debido inducir al menos alguna reflexión en el
liderazgo europeo.
¿Significa esta angustiosa situación que todo está perdido? Por supuesto que
no. La cruda realidad exige a la Venezuela democrática un nuevo impulso de
unión y trabajo duro y sostenido. Nuestra lucha es hoy más solitaria que nunca.
Nadie vendrá a ayudarnos. En cada país de Latinoamérica la situación es casi
idéntica. Los que podemos, tenemos que ayudar a la inmensa mayoría de
venezolanos que viven hoy el peor momento de su existencia.
A no dudar, las corporaciones de ilícitos son hoy el centro del poder en toda
la región. No descansan. Reprimen, delinquen, difaman, mienten, corrompen, sin
que se salve de sus tentáculos sector alguno, sea civil o militar.
El enfrentamiento entre nosotros, el oportunismo y la indiferencia son
similarmente letales. Sin embargo, existen ilustraciones sólidas que apuntan a
superar la desgracia actual, a la innovación y a victorias parciales.
Debemos entender que se pueden consolidar resultados concretos en medio de
condiciones desesperantes. Los tenemos en gobernaciones, alcaldías, empresas y
en nuestras universidades democráticas, públicas o privadas. Las academias, las
iglesias, los militares institucionales y nuestros comunicadores sociales que
enfrentan con coraje la autocensura, consolidan la fuerza y la resistencia que
canaliza el esfuerzo integral de los venezolanos honorables y de buena
voluntad.
Contamos con grupos de organizaciones no gubernamentales y observatorios que
han cristalizado iniciativas extraordinarias. La denuncia específica y bien
fundamentada es un arma poderosa. Varios expedientes se ventilan en las cortes
internacionales. La imagen de nuestros parlamentarios enfrentando con mayor
decisión la hostilidad y la violencia es promisoria. No desmayemos. Lo hemos
enfatizado antes: resistir y prevalecer es la única opción.
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